Congreso sobre Participación Ciudadana de
la ciudad de Santa Cruz de Tenerife
Santa Cruz de Tenerife, 11 y 12 de enero de
2013
Dr. Vicente Manuel Zapata Hernández
Profesor Titular de Geografía Humana de la
Universidad de La Laguna
El territorio constituye nuestro principal
referente vital, tanto en el plano individual como en el colectivo. Residimos
en una determinada localidad, estudiamos y/o trabajamos en ese mismo lugar o en
otro habitualmente próximo, las actividades y la movilidad más frecuente que realizamos
tiende a profundizar en su conocimiento, así como en las relaciones que
establecemos en dicho marco socioterritorial. Nuestra propia acción y la de las
demás personas provocan continuos cambios en esa realidad que nos envuelve y en
la que influimos, modelando una construcción social conformada por un
sinfín de aportaciones diversas, que a veces no son suficientes o no se
encuentran articuladas de modo que puedan configurar una auténtica estrategia
compartida que haga avanzar a la comunidad.
Y es que, el reto de la dinamización de los
territorios y de la participación activa de la ciudadanía se enfrenta, a
menudo, con dos problemas fundamentales: la falta de compromiso e implicación
de la sociedad civil en la construcción de un proyecto de vida común; y la
obsolescencia de las estructuras y de los instrumentos que se vienen utilizando
para favorecer y facilitar la participación social. Por eso, es preciso idear y
articular modernas estrategias para redefinir las bases y los métodos que
sirven para canalizar el interés de la comunidad hacia su proceso de
desarrollo, y además, para que se proyecte sobre planteamientos sólidos, que
vayan más allá de la realización de meras iniciativas puntuales con escasa
repercusión en las diferentes dimensiones de la realidad de cada lugar.
Realmente las perspectivas que confieren un
mayor protagonismo al territorio y a sus distintos componentes son bastante
recientes, como reciente es también la difusión de propuestas que se basan en
la optimización del potencial endógeno de cualquier lugar, involucrando en esa
estrategia a la comunidad mediante el surgimiento de nuevos esquemas
organizativos. Las formulaciones más elaboradas hacen referencia a la necesidad
de que cada comunidad y el territorio que la sostiene, se dote de un proyecto
de desarrollo que surja del trabajo compartido e integrado de los protagonistas
de su realidad, encuadrados en las dimensiones política, técnica y ciudadana.
La definición de dichas estrategias debe ser consecuencia de un proceso por el que
se adquiere conciencia de que es posible mejorar la situación existente en cada
momento, recurriendo fundamentalmente a factores o elementos propios. Por lo
tanto, la clave de proceso es esencial para enunciar y ejecutar aquellas
propuestas que se han suscitado mediante el impulso comunitario.
Proceso en forma de espiral que
avanza mediante un continuo movimiento envolvente. Esta figura evoca la
orientación y el ritmo de una dinámica de trabajo que deben impulsar los
protagonistas de la realidad, de un proceso incluyente que va dando cabida a la
incorporación de todas las personas que lo deseen, porque no todas llegan al
principio. Mediante este enfoque y forma de actuar es posible que se produzcan
cambios estructurales, y que, incluso, dichas transformaciones afecten
positivamente a las mentalidades, que es preciso activar de manera creativa
para favorecer la innovación social, elemento indispensable para conseguir la
necesaria diferenciación de cada territorio por medio de su estrategia
particular.
Proceso envolvente que además permite
consolidar lo ya realizado y mantener una perspectiva amplia del mismo. Y por
lo tanto, la revisión de los objetivos, el fortalecimiento del diálogo y la
adaptación mutua, así como la capacitación para mejorarlo continuamente desde
su interior. El camino más efectivo para que no se produzcan o se ahonde en los
desequilibrios territoriales y en las desigualdades sociales, incorporando la
aportación del máximo número de actores y considerando el potencial de
desarrollo endógeno de cualquier lugar. Esto requiere definir el marco de
actuación más apropiado en cada caso para que la ciudadanía se identifique y se
implique en su proceso de desarrollo, encontrando así el espacio más coherente
para la acción social concertada.
En contextos urbanos, el barrio suele ser
el marco fundamental de organización y actuación de la ciudadanía, porque es
ahí donde considera que su participación puede tener mayor incidencia en la
transformación de la realidad. Allí es también donde con más facilidad puede
encontrarse con más personas, con las que llegar a compartir preocupaciones y
objetivos comunes vinculados con la mejora de su entorno vital. Por lo tanto,
el barrio constituye un excelente referente para desarrollar iniciativas
conjuntas con la intención de avanzar en el progreso comunitario. Y ese impulso
tiene que ver con la densidad y la intensidad de las relaciones que se logren
establecer, tanto interpersonales como entre las entidades locales que actúan
en el mismo contexto socioterritorial.
En este sentido, es importante apostar por
el desarrollo de estrategias de relación que se hilvanen con enfoque
ascendente. También por la generación de estructuras fundamentadas en la
confianza, surgidas de procesos de confluencia e intervención conjunta. La
construcción de redes de trabajo, basadas en objetivos compartidos y en la
cohesión que produce el hacer juntos, es sin duda esencial. Redes que además
favorezcan la autonomía y propicien descentralizar la acción a través de la
constitución de grupos operativos. Y que permitan, asimismo, orientar la
actuación de los actores hacia ámbitos que vayan centrando su interés en cada
momento. Esto influye tanto en la nueva organización como en la maduración
individual de cada participante, al enriquecerse del aprendizaje que resulta de
la intervención colectiva. Encuentro, diálogo, cohesión, planificación,
liderazgo, entre otros, suponen elementos que se deben manejar para la gestión
de las redes y sus ramificaciones.
El desarrollo de redes de trabajo que
funcionen de modo adecuado en el marco local suele infundir mayor seguridad
entre los técnicos, confianza entre los responsables políticos y optimismo
entre la ciudadanía; habitualmente derivan en la generación de importantes
sinergias para el desarrollo de la comunidad, debido a la implicación directa
de un grupo más o menos amplio de personas con un potencial que se amplifica al
interactuar con otros actores socioterritoriales. Lo contrario, el
individualismo y la descoordinación, suele llevar aparejado el escepticismo y
el escaso compromiso de la población, que observa como no se logra aunar
esfuerzos y trabajar de manera conjunta en el beneficio común. Es por lo que
los dinamizadores deben hacer y favorecer la existencia de redes
que avancen en la necesaria comunicación y coordinación, pero, sobre todo, en
la cooperación entre los actores dentro y fuera del barrio.
Y es que, la cooperación significa un paso
adelante frente a la coordinación, también necesaria, pero en muchas ocasiones
insuficiente ante la magnitud de los problemas que se pretenden resolver o la
entidad de los proyectos que se desean afrontar. Cooperar es, en esencia,
asumir retos y trabajar conjuntamente; y no sólo delimitar la parcela de cada
individuo o las competencias de cada organización, si bien, y asimismo, implica
una fluida comunicación y una efectiva coordinación de los recursos para el
desarrollo en el ámbito más próximo de las personas. La cooperación supone,
casi siempre, la existencia de un proyecto colectivo, la asunción de objetivos
comunes, e incluso, la habilitación de espacios para enfrentar la labor
compartida. Se trata de alcanzar el mayor grado posible de sintonía e
interacción entre los factores disponibles, de cara a la optimización de la
organización local. Las redes desempeñan entonces un papel esencial.
De este modo, en cada marco territorial se
debe avanzar hacia una mayor convergencia de actores, intenciones y esfuerzos,
como señala el Plan Estratégico de Ciudadanía e Integración 2011-2014, dado
que, “el barrio o la pequeña localidad son algunos de los ámbitos privilegiados
de intervención, allá donde se dan relaciones vecinales y de proximidad”. Aquí
cabe plantear que cada lugar debe encontrar y definir su modelo de
intervención, acorde a sus características, recursos y posibilidades, conformando
un proceso que seguramente fraguará en el medio y largo plazo. Y todo ello,
mediante la plasmación de organizaciones y estrategias para la acción
compartida, con el objetivo de mejorar la dinámica de desarrollo local.
La iniciativa puede partir de uno o varios
actores, si bien, para prosperar tiene que ser incluyente y abierta a las
nuevas incorporaciones. Pasa primero por el reconocimiento y la convocatoria de
los potenciales participantes, para que, conjuntamente, se reflexione y se
debata acerca de los objetivos que se persiguen y la dinámica de trabajo que
debe ser impulsada para concretarlos, así como sobre las metodologías y
herramientas que es más adecuado utilizar en cada oportunidad. Se siguen de
este modo las recomendaciones comunitarias más recientes, en las que se
recuerda la importancia de conferir derechos, responsabilidades y oportunidades
comparables para todos.
Como cada proceso debe ser único en su
formulación y evolución, puesto que dependerá del contexto socioterritorial y
de la orientación que deseen darle sus protagonistas, sólo cabe esbozar una
serie de recomendaciones generales para su consideración y posible
incorporación a cada realidad con las adaptaciones correspondientes. De este
modo y para comenzar, es preciso efectuar la caracterización conjunta del
ámbito o localidad de intervención, previamente delimitada, dibujando un mapa
lo más exhaustivo posible con sus rasgos fundamentales. En él se reconocerán
además los actores, recursos y servicios, iniciativas y experiencias, así como
también los obstáculos fundamentales al desarrollo local, que puedan integrarse
o ser de utilidad de cara a la dinámica de trabajo colaborativo que se pretende
alentar.
El objetivo subyacente es incorporar dichos
elementos al propio proceso durante sus distintas fases de evolución. De eso
deben encargarse los componentes iniciales, que adquieren la personalidad de grupo
promotor, establecido con carácter abierto y horizontal, en la medida en
que sus integrantes tienen similar consideración y responsabilidad. Aquí se
debe tener en cuenta la participación, entre otros, del tejido asociativo en
sus diferentes manifestaciones, de los distintos niveles de la Administración
sobre todo de la local, de las organizaciones presentes en el territorio, de
los ámbitos educativo, sanitario y asistencial, de las universidades y otros
centros de investigación, así como de todas aquellas personas a título
individual que deseen involucrarse en el proceso. Nadie debe ser excluido o
llegar a pensar que lo ha sido por una decisión de los promotores.
De cara a la visibilidad del proceso y a su
ampliación al conjunto de la ciudadanía, es importante identificar y considerar
sus momentos y espacios de encuentro más frecuentes, desde los habituales y
casuales, hasta los multitudinarios que coincidan con efemérides o eventos
singulares, por ejemplo periodos festivos. Esto se combina con la aplicación
del principio de itinerancia, por el que, reuniones y actividades programadas
deben realizarse utilizando diferentes localizaciones y equipamientos, poniendo
así en valor los recursos previamente reconocidos e involucrando en su
organización a las entidades que los gestionan. Se trata de que la comunidad se
vaya enterando de modo progresivo de lo que se persigue y se está
haciendo. Y que tenga, además, múltiples oportunidades de integrarse en el
proceso siendo protagonista del mismo; también la responsabilidad de la
preparación y promoción de las acciones planificadas de forma compartida.
El recorrido conjunto inicial debe servir
para avanzar en la definición de objetivos comunes, que deriven en la
formulación de un plan de trabajo colectivo, conformado por líneas de acción
que permitan interactuar a los participantes diversos. La organización del
propio proceso favorecerá el establecimiento de vínculos múltiples entre
entidades en las que están integradas las diferentes dimensiones de la
ciudadanía, junto a personas que se han incorporado y participan a título
individual. Por lo tanto, como ya se ha destacado, es trascendental que el
proceso se construya de abajo hacia arriba, para que su propia configuración
sea la palanca que propicie las relaciones entre todos los participantes y su
progresiva extensión al conjunto de la ciudadanía.
Un modelo de actuación puede ser, entonces,
el que concentra la acción hasta conseguir aquilatar un objetivo compartido y
un plan de trabajo debatido y asumido por los participantes que conforman el
sistema hasta ese momento configurado. Luego es esencial descentralizar las
actuaciones en diferentes nodos o grupos, que mantengan puntos de referencia y
coordinación estables. A medida en que se avanza y se fortalecen las relaciones
entre los actores, incorporando incluso a otros, se va tejiendo una red en la
que se intensifican las interacciones, al mismo tiempo que se pone en marcha un
proceso de intercambio de experiencias y aprendizaje compartido, imprescindible
para retroalimentar continuamente la dinámica de trabajo que se está
desarrollando.
Para llegar a este punto con garantías se
requiere la dedicación de un grupo de personas que asuma distintos aspectos
organizativos y motivacionales, como se ha señalado con anterioridad. Parece
además fundamental la disponibilidad de un equipo técnico comunitario de apoyo,
que se puede conseguir por diferentes vías, incluso complementarias. Desde la
cesión a la red de personal ―a tiempo completo o parcial― por parte de las
entidades que la conforman, hasta su contratación mediante la obtención de
recursos a partir de la concurrencia a convocatorias de proyectos. La
aportación del equipo técnico puede ser importante, sobre todo cuando se logra
generar una dinámica de trabajo en la que se integran de manera armónica
profesionales de las entidades participantes. Su aportación no debe sustituir
la que debe realizar la ciudadanía, siendo un elemento sobre todo de estímulo,
orientación y acompañamiento.
El trabajo más habitual, que sigue los
objetivos y pautas acordadas de manera compartida, debe acompañarse de
actuaciones de mayor proyección social y carácter simbólico. Contribuirán a
ensanchar y reforzar el proceso, por su trascendencia e impacto en la
consecución de resultados, alentando la incorporación de más personas y
entidades, necesarias para fortalecerlo y hacerlo sostenible más allá de
decisiones ajenas al marco local. Porque otra aspiración de los procesos comunitarios
debe ser la de avanzar hacia la conformación de integraciones y redes más
extensas, que favorezcan el intercambio y una acción que vaya progresando desde
el barrio hacia un contexto socioterritorial más amplio, aspirando a propiciar
cambios estructurales de mayor calado en lo económico, social, cultural y hasta
institucional.
Y es que, sólo desde la iniciativa y la
organización de las comunidades en su marco socioterritorial de referencia, el
barrio para muchas personas, con espíritu de cambio hacia la construcción de
nuevas realidades más inclusivas, mediante procesos que avancen con un
planteamiento y enfoque ascendente que vaya integrando a todos los agentes y
actores sociales, será posible desarrollar modernas formas de entender y utilizar
la participación social como un factor de progreso. El tejido asociativo
puede convertirse en un instrumento fundamental de esa dinámica, siempre que
actualice sus principios, objetivos y métodos de actuación, orientándolos hacia
una intervención más vinculada con el contexto local y sus necesidades reales,
recobrando la dimensión humana y la perspectiva socioterritorial. Todo pasa por
planteárselo, organizarse y comenzar...
Anexo I. El desarrollo territorial como
proceso comunitario y participativo
Los enfoques y las teorías convencionales
del desarrollo económico han venido orientando la forma de actuar en el
contexto local, independientemente del perfil económico y social de cada lugar.
Y así, casi siempre se ha apostado por la aplicación de modelos centrados en
maximizar sólo algunos de los recursos estratégicos del territorio, valorando
sobre todo las oportunidades de localización que brinda aquél, sin considerar
otros factores endógenos que quizás podrían contribuir a diversificar la
economía local, involucrando a más actores en el proceso de desarrollo y en la
toma de decisiones.
Realmente las perspectivas que pretenden
conferir un mayor protagonismo al territorio y a sus distintos componentes son
bastante recientes, como reciente es también la difusión de propuestas que se
basan en la optimización del potencial endógeno de cualquier lugar,
involucrando en esa estrategia a la comunidad mediante el surgimiento de nuevas
formas organizativas.
Las formulaciones más elaboradas hacen
referencia a la necesidad de que cada comunidad y el territorio que la
sostiene, se doten de una estrategia de desarrollo que surja del trabajo
compartido e integrado de los protagonistas de su realidad, encuadrados en las
dimensiones política, técnica y ciudadana. La formulación de dichas estrategias
debe ser consecuencia de un proceso por el que se adquiere conciencia de
que es posible mejorar la situación existente en cada momento, recurriendo
fundamentalmente a factores o elementos endógenos. Por lo tanto, la clave de proceso
es esencial para enunciar y ejecutar aquellas propuestas que se han
suscitado mediante el impulso comunitario.
Proceso en forma de espiral, siempre
en movimiento, en contraposición a la línea recta del modelo
convencional de inspiración capitalista, en el que prima el camino más corto
entre objetivos y resultados. Camino más corto, pero a veces también menos
efectivo y más vulnerable, y que, con frecuencia, no permite establecer las
condiciones necesarias para favorecer la participación de los distintos
componentes de la sociedad; participación también en los beneficios de la
explotación sostenible de un medio del que asimismo son depositarios los
ciudadanos.
La espiral evoca la orientación y el ritmo
de un proceso que impulsan los protagonistas de la realidad, fuerza motriz de
la dinámica de desarrollo en el contexto local. De un proceso que pretende ser
incluyente y que va dando cabida a la incorporación de todos, porque no todos llegan
al principio. Mediante este enfoque y forma de actuar es posible que se
produzcan cambios estructurales, y que, incluso, dichos cambios afecten
positivamente a las mentalidades, que es preciso activar de manera creativa
para favorecer la innovación, elemento indispensable para conseguir la
necesaria diferenciación de cada territorio por medio de su estrategia
particular.
Proceso envolvente que permite consolidar
lo ya realizado y mantener una perspectiva amplia del mismo, y por lo tanto, la
revisión de los objetivos, la adaptación mutua, así como la capacitación para
mejorar el mismo proceso desde su interior. En definitiva, el camino más
efectivo para que no se produzcan o se ahonde en los desequilibrios
territoriales y en las desigualdades sociales, incorporando la aportación del
máximo número de actores y considerando el potencial de desarrollo endógeno de
cualquier lugar.
Fragmento de un texto de Marco Marchioni y
Vicente Zapata difundido en 2011.
Anexo II. Creatividad comunitaria para
el desarrollo en el marco local
La creatividad comunitaria se entiende como
la capacidad de la sociedad para promover cambios que deriven en la mejora de
sus condiciones de vida, a partir de la generación de nuevas ideas o conceptos ―y
también, de nuevas asociaciones entre ideas y conceptos ya conocidos― que
producen soluciones originales a los retos que se deben enfrentar de forma
compartida. La creatividad comunitaria o social nos remite a la innovación, a
la inventiva, al descubrimiento, a la originalidad, a la espontaneidad, al
pensamiento creativo, al trabajo colaborativo, a la flexibilidad, a la
generación de conocimiento, a la gestión del conflicto, al encuentro de
soluciones compartidas para la transformación positiva de la realidad. Las
comunidades deben ser conscientes de que disponen de dicho potencial y de que
puede ponerse al servicio de su proceso de desarrollo territorial, mediante la
definición de estrategias originales y sostenibles (proyecto comunitario) que
surjan y al mismo tiempo integren a los actores que se desenvuelven en el marco
local.
La creatividad comunitaria debe ser
fomentada y cultivada a partir del encuentro ciudadano, creando espacios y
generando ambientes que motiven el trabajo colaborativo ―idear conjuntamente―
en el marco de la vida cotidiana, que repercuta en el planteamiento de
iniciativas que contribuyan a optimizar los recursos propios. Por lo tanto,
creatividad comunitaria y desarrollo territorial constituyen conceptos
interdependientes: la primera incide en el segundo si se estimulan y canalizan
adecuadamente las capacidades creativas de la sociedad; y el segundo se apoya
en la primera si se logra abrir el proceso de desarrollo a la participación
social. La educación y la formación para la creatividad y el desarrollo,
suponen elementos clave para que todos y todas podamos ser conscientes,
propiciar y participar de forma compartida de esa fructífera relación, por lo
que, asimismo, deben favorecer la concurrencia de los actores y el surgimiento
de iniciativas comunitarias que refuercen el papel de los protagonistas de la
realidad en su proceso de desarrollo.
La organización creativa de la comunidad es
clave para encontrar modernas formas de enfrentar una realidad cada vez más
compleja en la escala en que se desenvuelven cotidianamente las personas,
conjugando los distintos puntos de vista para encontrar elementos de cohesión.
Realidad que plantea viejos y modernos problemas, identificados conjuntamente a
partir de un diagnóstico que propicie el desarrollo de marcos de actuación
coherentes que contengan propuestas viables optimizando los recursos
disponibles o movilizando nuevos. En este contexto, la conformación de redes
estables para el fomento de la participación social mediante la acción
compartida, ofrece una cierta garantía para la sostenibilidad de los procesos
que tienen como objetivo esencial mejorar las condiciones de vida de la
población, partiendo de sus propias necesidades, posibilidades e intereses.
Documento obtenido mediante el trabajo
colaborativo de los/as participantes en el curso Creatividad comunitaria
para el desarrollo territorial, promovido por la Fundación Canaria Empresa
Universidad de La Laguna en el marco del programa formativo PUDE (abril de 2009
y diciembre de 2010).
Anexo III. Fundamentos para el
desarrollo de procesos comunitarios
-La ciudadanía debe ser cada vez más
consciente de su realidad y de la capacidad que posee para influir en ella.
-La colaboración de los actores en el marco
local supone la base para afianzar el proceso de desarrollo compartido.
-Los procesos participativos surgen y se
orientan a partir del diagnóstico permanentemente actualizado de la realidad
local.
-Las comunidades disponen de recursos
endógenos que les permiten afianzar y singularizar su estrategia de desarrollo.
-Las iniciativas comunitarias deben
adquirir la forma de proyecto para superar la dispersión de esfuerzos.
-La planificación es básica para orientar
adecuadamente los procesos de desarrollo local de base comunitaria.
-El trabajo comunitario debe implicar a los
colectivos sociales potenciando su compromiso con el proceso de desarrollo en
el marco local.
-La visión compartida y a largo plazo de la
comunidad convierte sus iniciativas en procesos de mayor alcance y
trascendencia.
-Las redes son imprescindibles para que la
ciudadanía sea protagonista de su realidad
-La autoestima es una de las fuentes
esenciales del progreso comunitario.
Reflexiones derivadas de la labor realizada
en el marco de la iniciativa comunitaria Vecinos al Proyecto (http://www.barriodelacandelaria.com
y facebook) que se viene desarrollando desde el año 2004 en el barrio de La
Candelaria (La Cuesta, San Cristóbal de La Laguna).
Anexo IV. Claves para el desarrollo de
procesos comunitarios
1) Enmarcar la iniciativa en un territorio
bien delimitado: el barrio.
2) Establecer un ambiente de confianza
entre los actores basado en la continuidad y en la responsabilidad.
3) Organizar una amplia y estable red de
personas y entidades comprometidas e involucradas.
4) Fomentar el protagonismo a los actores
locales con todas sus consecuencias.
5) Flexibilizar y adaptar las metodologías
y desarrollar nuevos instrumentos.
6) Fundamentar la acción colectiva en la
implicación efectiva de los participantes.
7) Desarrollar canales apropiados para
encajar los elementos o aportaciones exógenas.
8) Construir un sistema o estructura con
creciente autonomía funcional, tanto interna como externa.
9) Generar un clima de confianza y una
actitud de corresponsabilidad hacia las instituciones públicas.
10) Considerar y ser conscientes de las
diferentes etapas y ritmos del proceso.
11) Combinar lo macro y lo micro, la visión
estratégica y el tratamiento de los asuntos cotidianos.
12) Registrar y difundir la evolución, los
obstáculos y los logros del proceso con todos sus detalles.
13) Habilitar un espacio de trabajo estable
y reconocible para el desarrollo del proceso.
14) Apostar por el desarrollo de la
creatividad comunitaria como fuente de progreso social.
15) Pensar siempre que cada persona puede
aportar algo para que el proceso se mantenga y mejore.
Reflexiones derivadas de la labor realizada
en el marco de la iniciativa comunitaria Vecinos al Proyecto (http://www.barriodelacandelaria.com
y facebook) que se viene desarrollando desde el año 2004 en el barrio de La
Candelaria (La Cuesta, San Cristóbal de La Laguna).
Anexo V. Etapas para suscitar un proceso
de desarrollo de base comunitaria
-Delimitación y justificación del área de
intervención (espacio-coherente).
-Identificación de actores y relaciones
funcionales, destacando sus potencialidades.
-Conocimiento de las capacidades y
limitaciones de la estructura técnica existente.
-Identificación de redes disponibles y
potenciales, internas y externas.
-Valoración de la experiencia colectiva
acumulada en materia de desarrollo.
-Necesidad de disponer de una estrategia de
desarrollo o de revisar la existente (espacio-proyecto).
-Conciencia de la realidad compartida a
través del diagnóstico comunitario.
-Reconocimiento y análisis del
potencial-endógeno, esto es, de los factores estratégicos para el desarrollo
territorial.
-Movilización de la comunidad y mediación
entre actores.
Geografía para el Desarrollo.
Anexo VI. Temas de análisis para
caracterizar la realidad local
-Delimitación y caracterización geográfica
y administrativa.
-Identificadores y tendencias
geodemográficas básicas.
-Estructura económica y dinámica
empresarial.
-Situación del mercado laboral y nuevos
yacimientos de empleo.
-Potencial endógeno, iniciativas de
cooperación y factores de innovación.
-Redes, infraestructuras y equipamientos
territoriales.
-Recursos y servicios disponibles para el
proceso de desarrollo local.
-Tejido asociativo y dinámica de
participación social.
-Gestión, ordenación y planificación
territorial.
-Complementariedad y relaciones
funcionales.
-Estrategia de desarrollo, iniciativas y
proyectos.
Geografía para el Desarrollo.
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