Tejiendo redes en el barrio para el desarrollo comunitario


Congreso sobre Participación Ciudadana de la ciudad de Santa Cruz de Tenerife
Santa Cruz de Tenerife, 11 y 12 de enero de 2013
Dr. Vicente Manuel Zapata Hernández
Profesor Titular de Geografía Humana de la Universidad de La Laguna
El territorio constituye nuestro principal referente vital, tanto en el plano individual como en el colectivo. Residimos en una determinada localidad, estudiamos y/o trabajamos en ese mismo lugar o en otro habitualmente próximo, las actividades y la movilidad más frecuente que realizamos tiende a profundizar en su conocimiento, así como en las relaciones que establecemos en dicho marco socioterritorial. Nuestra propia acción y la de las demás personas provocan continuos cambios en esa realidad que nos envuelve y en la que influimos, modelando una construcción social conformada por un sinfín de aportaciones diversas, que a veces no son suficientes o no se encuentran articuladas de modo que puedan configurar una auténtica estrategia compartida que haga avanzar a la comunidad.
Y es que, el reto de la dinamización de los territorios y de la participación activa de la ciudadanía se enfrenta, a menudo, con dos problemas fundamentales: la falta de compromiso e implicación de la sociedad civil en la construcción de un proyecto de vida común; y la obsolescencia de las estructuras y de los instrumentos que se vienen utilizando para favorecer y facilitar la participación social. Por eso, es preciso idear y articular modernas estrategias para redefinir las bases y los métodos que sirven para canalizar el interés de la comunidad hacia su proceso de desarrollo, y además, para que se proyecte sobre planteamientos sólidos, que vayan más allá de la realización de meras iniciativas puntuales con escasa repercusión en las diferentes dimensiones de la realidad de cada lugar.
Realmente las perspectivas que confieren un mayor protagonismo al territorio y a sus distintos componentes son bastante recientes, como reciente es también la difusión de propuestas que se basan en la optimización del potencial endógeno de cualquier lugar, involucrando en esa estrategia a la comunidad mediante el surgimiento de nuevos esquemas organizativos. Las formulaciones más elaboradas hacen referencia a la necesidad de que cada comunidad y el territorio que la sostiene, se dote de un proyecto de desarrollo que surja del trabajo compartido e integrado de los protagonistas de su realidad, encuadrados en las dimensiones política, técnica y ciudadana. La definición de dichas estrategias debe ser consecuencia de un proceso por el que se adquiere conciencia de que es posible mejorar la situación existente en cada momento, recurriendo fundamentalmente a factores o elementos propios. Por lo tanto, la clave de proceso es esencial para enunciar y ejecutar aquellas propuestas que se han suscitado mediante el impulso comunitario.
Proceso en forma de espiral que avanza mediante un continuo movimiento envolvente. Esta figura evoca la orientación y el ritmo de una dinámica de trabajo que deben impulsar los protagonistas de la realidad, de un proceso incluyente que va dando cabida a la incorporación de todas las personas que lo deseen, porque no todas llegan al principio. Mediante este enfoque y forma de actuar es posible que se produzcan cambios estructurales, y que, incluso, dichas transformaciones afecten positivamente a las mentalidades, que es preciso activar de manera creativa para favorecer la innovación social, elemento indispensable para conseguir la necesaria diferenciación de cada territorio por medio de su estrategia particular.
Proceso envolvente que además permite consolidar lo ya realizado y mantener una perspectiva amplia del mismo. Y por lo tanto, la revisión de los objetivos, el fortalecimiento del diálogo y la adaptación mutua, así como la capacitación para mejorarlo continuamente desde su interior. El camino más efectivo para que no se produzcan o se ahonde en los desequilibrios territoriales y en las desigualdades sociales, incorporando la aportación del máximo número de actores y considerando el potencial de desarrollo endógeno de cualquier lugar. Esto requiere definir el marco de actuación más apropiado en cada caso para que la ciudadanía se identifique y se implique en su proceso de desarrollo, encontrando así el espacio más coherente para la acción social concertada.
En contextos urbanos, el barrio suele ser el marco fundamental de organización y actuación de la ciudadanía, porque es ahí donde considera que su participación puede tener mayor incidencia en la transformación de la realidad. Allí es también donde con más facilidad puede encontrarse con más personas, con las que llegar a compartir preocupaciones y objetivos comunes vinculados con la mejora de su entorno vital. Por lo tanto, el barrio constituye un excelente referente para desarrollar iniciativas conjuntas con la intención de avanzar en el progreso comunitario. Y ese impulso tiene que ver con la densidad y la intensidad de las relaciones que se logren establecer, tanto interpersonales como entre las entidades locales que actúan en el mismo contexto socioterritorial.
En este sentido, es importante apostar por el desarrollo de estrategias de relación que se hilvanen con enfoque ascendente. También por la generación de estructuras fundamentadas en la confianza, surgidas de procesos de confluencia e intervención conjunta. La construcción de redes de trabajo, basadas en objetivos compartidos y en la cohesión que produce el hacer juntos, es sin duda esencial. Redes que además favorezcan la autonomía y propicien descentralizar la acción a través de la constitución de grupos operativos. Y que permitan, asimismo, orientar la actuación de los actores hacia ámbitos que vayan centrando su interés en cada momento. Esto influye tanto en la nueva organización como en la maduración individual de cada participante, al enriquecerse del aprendizaje que resulta de la intervención colectiva. Encuentro, diálogo, cohesión, planificación, liderazgo, entre otros, suponen elementos que se deben manejar para la gestión de las redes y sus ramificaciones.
El desarrollo de redes de trabajo que funcionen de modo adecuado en el marco local suele infundir mayor seguridad entre los técnicos, confianza entre los responsables políticos y optimismo entre la ciudadanía; habitualmente derivan en la generación de importantes sinergias para el desarrollo de la comunidad, debido a la implicación directa de un grupo más o menos amplio de personas con un potencial que se amplifica al interactuar con otros actores socioterritoriales. Lo contrario, el individualismo y la descoordinación, suele llevar aparejado el escepticismo y el escaso compromiso de la población, que observa como no se logra aunar esfuerzos y trabajar de manera conjunta en el beneficio común. Es por lo que los dinamizadores deben hacer y favorecer la existencia de redes que avancen en la necesaria comunicación y coordinación, pero, sobre todo, en la cooperación entre los actores dentro y fuera del barrio.
Y es que, la cooperación significa un paso adelante frente a la coordinación, también necesaria, pero en muchas ocasiones insuficiente ante la magnitud de los problemas que se pretenden resolver o la entidad de los proyectos que se desean afrontar. Cooperar es, en esencia, asumir retos y trabajar conjuntamente; y no sólo delimitar la parcela de cada individuo o las competencias de cada organización, si bien, y asimismo, implica una fluida comunicación y una efectiva coordinación de los recursos para el desarrollo en el ámbito más próximo de las personas. La cooperación supone, casi siempre, la existencia de un proyecto colectivo, la asunción de objetivos comunes, e incluso, la habilitación de espacios para enfrentar la labor compartida. Se trata de alcanzar el mayor grado posible de sintonía e interacción entre los factores disponibles, de cara a la optimización de la organización local. Las redes desempeñan entonces un papel esencial.
De este modo, en cada marco territorial se debe avanzar hacia una mayor convergencia de actores, intenciones y esfuerzos, como señala el Plan Estratégico de Ciudadanía e Integración 2011-2014, dado que, “el barrio o la pequeña localidad son algunos de los ámbitos privilegiados de intervención, allá donde se dan relaciones vecinales y de proximidad”. Aquí cabe plantear que cada lugar debe encontrar y definir su modelo de intervención, acorde a sus características, recursos y posibilidades, conformando un proceso que seguramente fraguará en el medio y largo plazo. Y todo ello, mediante la plasmación de organizaciones y estrategias para la acción compartida, con el objetivo de mejorar la dinámica de desarrollo local.
La iniciativa puede partir de uno o varios actores, si bien, para prosperar tiene que ser incluyente y abierta a las nuevas incorporaciones. Pasa primero por el reconocimiento y la convocatoria de los potenciales participantes, para que, conjuntamente, se reflexione y se debata acerca de los objetivos que se persiguen y la dinámica de trabajo que debe ser impulsada para concretarlos, así como sobre las metodologías y herramientas que es más adecuado utilizar en cada oportunidad. Se siguen de este modo las recomendaciones comunitarias más recientes, en las que se recuerda la importancia de conferir derechos, responsabilidades y oportunidades comparables para todos.
Como cada proceso debe ser único en su formulación y evolución, puesto que dependerá del contexto socioterritorial y de la orientación que deseen darle sus protagonistas, sólo cabe esbozar una serie de recomendaciones generales para su consideración y posible incorporación a cada realidad con las adaptaciones correspondientes. De este modo y para comenzar, es preciso efectuar la caracterización conjunta del ámbito o localidad de intervención, previamente delimitada, dibujando un mapa lo más exhaustivo posible con sus rasgos fundamentales. En él se reconocerán además los actores, recursos y servicios, iniciativas y experiencias, así como también los obstáculos fundamentales al desarrollo local, que puedan integrarse o ser de utilidad de cara a la dinámica de trabajo colaborativo que se pretende alentar.
El objetivo subyacente es incorporar dichos elementos al propio proceso durante sus distintas fases de evolución. De eso deben encargarse los componentes iniciales, que adquieren la personalidad de grupo promotor, establecido con carácter abierto y horizontal, en la medida en que sus integrantes tienen similar consideración y responsabilidad. Aquí se debe tener en cuenta la participación, entre otros, del tejido asociativo en sus diferentes manifestaciones, de los distintos niveles de la Administración sobre todo de la local, de las organizaciones presentes en el territorio, de los ámbitos educativo, sanitario y asistencial, de las universidades y otros centros de investigación, así como de todas aquellas personas a título individual que deseen involucrarse en el proceso. Nadie debe ser excluido o llegar a pensar que lo ha sido por una decisión de los promotores.
De cara a la visibilidad del proceso y a su ampliación al conjunto de la ciudadanía, es importante identificar y considerar sus momentos y espacios de encuentro más frecuentes, desde los habituales y casuales, hasta los multitudinarios que coincidan con efemérides o eventos singulares, por ejemplo periodos festivos. Esto se combina con la aplicación del principio de itinerancia, por el que, reuniones y actividades programadas deben realizarse utilizando diferentes localizaciones y equipamientos, poniendo así en valor los recursos previamente reconocidos e involucrando en su organización a las entidades que los gestionan. Se trata de que la comunidad se vaya enterando de modo progresivo de lo que se persigue y se está haciendo. Y que tenga, además, múltiples oportunidades de integrarse en el proceso siendo protagonista del mismo; también la responsabilidad de la preparación y promoción de las acciones planificadas de forma compartida.
El recorrido conjunto inicial debe servir para avanzar en la definición de objetivos comunes, que deriven en la formulación de un plan de trabajo colectivo, conformado por líneas de acción que permitan interactuar a los participantes diversos. La organización del propio proceso favorecerá el establecimiento de vínculos múltiples entre entidades en las que están integradas las diferentes dimensiones de la ciudadanía, junto a personas que se han incorporado y participan a título individual. Por lo tanto, como ya se ha destacado, es trascendental que el proceso se construya de abajo hacia arriba, para que su propia configuración sea la palanca que propicie las relaciones entre todos los participantes y su progresiva extensión al conjunto de la ciudadanía.
Un modelo de actuación puede ser, entonces, el que concentra la acción hasta conseguir aquilatar un objetivo compartido y un plan de trabajo debatido y asumido por los participantes que conforman el sistema hasta ese momento configurado. Luego es esencial descentralizar las actuaciones en diferentes nodos o grupos, que mantengan puntos de referencia y coordinación estables. A medida en que se avanza y se fortalecen las relaciones entre los actores, incorporando incluso a otros, se va tejiendo una red en la que se intensifican las interacciones, al mismo tiempo que se pone en marcha un proceso de intercambio de experiencias y aprendizaje compartido, imprescindible para retroalimentar continuamente la dinámica de trabajo que se está desarrollando.
Para llegar a este punto con garantías se requiere la dedicación de un grupo de personas que asuma distintos aspectos organizativos y motivacionales, como se ha señalado con anterioridad. Parece además fundamental la disponibilidad de un equipo técnico comunitario de apoyo, que se puede conseguir por diferentes vías, incluso complementarias. Desde la cesión a la red de personal ―a tiempo completo o parcial― por parte de las entidades que la conforman, hasta su contratación mediante la obtención de recursos a partir de la concurrencia a convocatorias de proyectos. La aportación del equipo técnico puede ser importante, sobre todo cuando se logra generar una dinámica de trabajo en la que se integran de manera armónica profesionales de las entidades participantes. Su aportación no debe sustituir la que debe realizar la ciudadanía, siendo un elemento sobre todo de estímulo, orientación y acompañamiento.
El trabajo más habitual, que sigue los objetivos y pautas acordadas de manera compartida, debe acompañarse de actuaciones de mayor proyección social y carácter simbólico. Contribuirán a ensanchar y reforzar el proceso, por su trascendencia e impacto en la consecución de resultados, alentando la incorporación de más personas y entidades, necesarias para fortalecerlo y hacerlo sostenible más allá de decisiones ajenas al marco local. Porque otra aspiración de los procesos comunitarios debe ser la de avanzar hacia la conformación de integraciones y redes más extensas, que favorezcan el intercambio y una acción que vaya progresando desde el barrio hacia un contexto socioterritorial más amplio, aspirando a propiciar cambios estructurales de mayor calado en lo económico, social, cultural y hasta institucional.
Y es que, sólo desde la iniciativa y la organización de las comunidades en su marco socioterritorial de referencia, el barrio para muchas personas, con espíritu de cambio hacia la construcción de nuevas realidades más inclusivas, mediante procesos que avancen con un planteamiento y enfoque ascendente que vaya integrando a todos los agentes y actores sociales, será posible desarrollar modernas formas de entender y utilizar la participación social como un factor de progreso. El tejido asociativo puede convertirse en un instrumento fundamental de esa dinámica, siempre que actualice sus principios, objetivos y métodos de actuación, orientándolos hacia una intervención más vinculada con el contexto local y sus necesidades reales, recobrando la dimensión humana y la perspectiva socioterritorial. Todo pasa por planteárselo, organizarse y comenzar...

Anexo I. El desarrollo territorial como proceso comunitario y participativo
Los enfoques y las teorías convencionales del desarrollo económico han venido orientando la forma de actuar en el contexto local, independientemente del perfil económico y social de cada lugar. Y así, casi siempre se ha apostado por la aplicación de modelos centrados en maximizar sólo algunos de los recursos estratégicos del territorio, valorando sobre todo las oportunidades de localización que brinda aquél, sin considerar otros factores endógenos que quizás podrían contribuir a diversificar la economía local, involucrando a más actores en el proceso de desarrollo y en la toma de decisiones.
Realmente las perspectivas que pretenden conferir un mayor protagonismo al territorio y a sus distintos componentes son bastante recientes, como reciente es también la difusión de propuestas que se basan en la optimización del potencial endógeno de cualquier lugar, involucrando en esa estrategia a la comunidad mediante el surgimiento de nuevas formas organizativas.
Las formulaciones más elaboradas hacen referencia a la necesidad de que cada comunidad y el territorio que la sostiene, se doten de una estrategia de desarrollo que surja del trabajo compartido e integrado de los protagonistas de su realidad, encuadrados en las dimensiones política, técnica y ciudadana. La formulación de dichas estrategias debe ser consecuencia de un proceso por el que se adquiere conciencia de que es posible mejorar la situación existente en cada momento, recurriendo fundamentalmente a factores o elementos endógenos. Por lo tanto, la clave de proceso es esencial para enunciar y ejecutar aquellas propuestas que se han suscitado mediante el impulso comunitario.
Proceso en forma de espiral, siempre en movimiento, en contraposición a la línea recta del modelo convencional de inspiración capitalista, en el que prima el camino más corto entre objetivos y resultados. Camino más corto, pero a veces también menos efectivo y más vulnerable, y que, con frecuencia, no permite establecer las condiciones necesarias para favorecer la participación de los distintos componentes de la sociedad; participación también en los beneficios de la explotación sostenible de un medio del que asimismo son depositarios los ciudadanos.
La espiral evoca la orientación y el ritmo de un proceso que impulsan los protagonistas de la realidad, fuerza motriz de la dinámica de desarrollo en el contexto local. De un proceso que pretende ser incluyente y que va dando cabida a la incorporación de todos, porque no todos llegan al principio. Mediante este enfoque y forma de actuar es posible que se produzcan cambios estructurales, y que, incluso, dichos cambios afecten positivamente a las mentalidades, que es preciso activar de manera creativa para favorecer la innovación, elemento indispensable para conseguir la necesaria diferenciación de cada territorio por medio de su estrategia particular.

Proceso envolvente que permite consolidar lo ya realizado y mantener una perspectiva amplia del mismo, y por lo tanto, la revisión de los objetivos, la adaptación mutua, así como la capacitación para mejorar el mismo proceso desde su interior. En definitiva, el camino más efectivo para que no se produzcan o se ahonde en los desequilibrios territoriales y en las desigualdades sociales, incorporando la aportación del máximo número de actores y considerando el potencial de desarrollo endógeno de cualquier lugar.
Fragmento de un texto de Marco Marchioni y Vicente Zapata difundido en 2011.

Anexo II. Creatividad comunitaria para el desarrollo en el marco local
La creatividad comunitaria se entiende como la capacidad de la sociedad para promover cambios que deriven en la mejora de sus condiciones de vida, a partir de la generación de nuevas ideas o conceptos ―y también, de nuevas asociaciones entre ideas y conceptos ya conocidos― que producen soluciones originales a los retos que se deben enfrentar de forma compartida. La creatividad comunitaria o social nos remite a la innovación, a la inventiva, al descubrimiento, a la originalidad, a la espontaneidad, al pensamiento creativo, al trabajo colaborativo, a la flexibilidad, a la generación de conocimiento, a la gestión del conflicto, al encuentro de soluciones compartidas para la transformación positiva de la realidad. Las comunidades deben ser conscientes de que disponen de dicho potencial y de que puede ponerse al servicio de su proceso de desarrollo territorial, mediante la definición de estrategias originales y sostenibles (proyecto comunitario) que surjan y al mismo tiempo integren a los actores que se desenvuelven en el marco local.
La creatividad comunitaria debe ser fomentada y cultivada a partir del encuentro ciudadano, creando espacios y generando ambientes que motiven el trabajo colaborativo ―idear conjuntamente― en el marco de la vida cotidiana, que repercuta en el planteamiento de iniciativas que contribuyan a optimizar los recursos propios. Por lo tanto, creatividad comunitaria y desarrollo territorial constituyen conceptos interdependientes: la primera incide en el segundo si se estimulan y canalizan adecuadamente las capacidades creativas de la sociedad; y el segundo se apoya en la primera si se logra abrir el proceso de desarrollo a la participación social. La educación y la formación para la creatividad y el desarrollo, suponen elementos clave para que todos y todas podamos ser conscientes, propiciar y participar de forma compartida de esa fructífera relación, por lo que, asimismo, deben favorecer la concurrencia de los actores y el surgimiento de iniciativas comunitarias que refuercen el papel de los protagonistas de la realidad en su proceso de desarrollo.
La organización creativa de la comunidad es clave para encontrar modernas formas de enfrentar una realidad cada vez más compleja en la escala en que se desenvuelven cotidianamente las personas, conjugando los distintos puntos de vista para encontrar elementos de cohesión. Realidad que plantea viejos y modernos problemas, identificados conjuntamente a partir de un diagnóstico que propicie el desarrollo de marcos de actuación coherentes que contengan propuestas viables optimizando los recursos disponibles o movilizando nuevos. En este contexto, la conformación de redes estables para el fomento de la participación social mediante la acción compartida, ofrece una cierta garantía para la sostenibilidad de los procesos que tienen como objetivo esencial mejorar las condiciones de vida de la población, partiendo de sus propias necesidades, posibilidades e intereses.

Documento obtenido mediante el trabajo colaborativo de los/as participantes en el curso Creatividad comunitaria para el desarrollo territorial, promovido por la Fundación Canaria Empresa Universidad de La Laguna en el marco del programa formativo PUDE (abril de 2009 y diciembre de 2010).


Anexo III. Fundamentos para el desarrollo de procesos comunitarios
-La ciudadanía debe ser cada vez más consciente de su realidad y de la capacidad que posee para influir en ella.
-La colaboración de los actores en el marco local supone la base para afianzar el proceso de desarrollo compartido.
-Los procesos participativos surgen y se orientan a partir del diagnóstico permanentemente actualizado de la realidad local.
-Las comunidades disponen de recursos endógenos que les permiten afianzar y singularizar su estrategia de desarrollo.
-Las iniciativas comunitarias deben adquirir la forma de proyecto para superar la dispersión de esfuerzos.
-La planificación es básica para orientar adecuadamente los procesos de desarrollo local de base comunitaria.
-El trabajo comunitario debe implicar a los colectivos sociales potenciando su compromiso con el proceso de desarrollo en el marco local.
-La visión compartida y a largo plazo de la comunidad convierte sus iniciativas en procesos de mayor alcance y trascendencia.
-Las redes son imprescindibles para que la ciudadanía sea protagonista de su realidad
-La autoestima es una de las fuentes esenciales del progreso comunitario.
Reflexiones derivadas de la labor realizada en el marco de la iniciativa comunitaria Vecinos al Proyecto (http://www.barriodelacandelaria.com y facebook) que se viene desarrollando desde el año 2004 en el barrio de La Candelaria (La Cuesta, San Cristóbal de La Laguna).


Anexo IV. Claves para el desarrollo de procesos comunitarios
1) Enmarcar la iniciativa en un territorio bien delimitado: el barrio.
2) Establecer un ambiente de confianza entre los actores basado en la continuidad y en la responsabilidad.
3) Organizar una amplia y estable red de personas y entidades comprometidas e involucradas.
4) Fomentar el protagonismo a los actores locales con todas sus consecuencias.
5) Flexibilizar y adaptar las metodologías y desarrollar nuevos instrumentos.
6) Fundamentar la acción colectiva en la implicación efectiva de los participantes.
7) Desarrollar canales apropiados para encajar los elementos o aportaciones exógenas.
8) Construir un sistema o estructura con creciente autonomía funcional, tanto interna como externa.
9) Generar un clima de confianza y una actitud de corresponsabilidad hacia las instituciones públicas.
10) Considerar y ser conscientes de las diferentes etapas y ritmos del proceso.
11) Combinar lo macro y lo micro, la visión estratégica y el tratamiento de los asuntos cotidianos.
12) Registrar y difundir la evolución, los obstáculos y los logros del proceso con todos sus detalles.
13) Habilitar un espacio de trabajo estable y reconocible para el desarrollo del proceso.
14) Apostar por el desarrollo de la creatividad comunitaria como fuente de progreso social.
15) Pensar siempre que cada persona puede aportar algo para que el proceso se mantenga y mejore.

Reflexiones derivadas de la labor realizada en el marco de la iniciativa comunitaria Vecinos al Proyecto (http://www.barriodelacandelaria.com y facebook) que se viene desarrollando desde el año 2004 en el barrio de La Candelaria (La Cuesta, San Cristóbal de La Laguna).


Anexo V. Etapas para suscitar un proceso de desarrollo de base comunitaria
-Delimitación y justificación del área de intervención (espacio-coherente).
-Identificación de actores y relaciones funcionales, destacando sus potencialidades.
-Conocimiento de las capacidades y limitaciones de la estructura técnica existente.
-Identificación de redes disponibles y potenciales, internas y externas.
-Valoración de la experiencia colectiva acumulada en materia de desarrollo.
-Necesidad de disponer de una estrategia de desarrollo o de revisar la existente (espacio-proyecto).
-Conciencia de la realidad compartida a través del diagnóstico comunitario.
-Reconocimiento y análisis del potencial-endógeno, esto es, de los factores estratégicos para el desarrollo territorial.
-Movilización de la comunidad y mediación entre actores.
Geografía para el Desarrollo.


Anexo VI. Temas de análisis para caracterizar la realidad local
-Delimitación y caracterización geográfica y administrativa.
-Identificadores y tendencias geodemográficas básicas.
-Estructura económica y dinámica empresarial.
-Situación del mercado laboral y nuevos yacimientos de empleo.
-Potencial endógeno, iniciativas de cooperación y factores de innovación.
-Redes, infraestructuras y equipamientos territoriales.
-Recursos y servicios disponibles para el proceso de desarrollo local.
-Tejido asociativo y dinámica de participación social.
-Gestión, ordenación y planificación territorial.
-Complementariedad y relaciones funcionales.
-Estrategia de desarrollo, iniciativas y proyectos.
Geografía para el Desarrollo.

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